miércoles, 6 de abril de 2011

ALGUNAS COSILLAS...

Bueno, un día más después de muchos, vuelvo. Esta vez no es para comentar nada nuevo sobre nada en especial, pero me hacía ilusión poner un fragmento de la historia en la cual me veo inmersa en este momento. Es tan solo un fragmento, una minúscula parte de mi dolor de cabeza de estos últimos meses. El tema... es sobre ángeles... y aunque el tema es fantástico, no me gusta en demasiada cantidad, así que es una historia con matices fantásticos en un contexto muy verdadero. En mi defensa diré que comencé a escribirlo antes de todo esto de Hush, hush, Ángel o demonio y todo esto... Bueno, pues eso...que me gustaría que si alguien lo lee, lo comentara.
Gracias y besooos!!

Asentí y salí al exterior. Allí, el Sol me dio la bienvenida bañándome con su calidez. En el horizonte aún vi a alguno de los rezagados de la ronda anterior. Me dirigí hacia allí. Las nubes eran todo el suelo que me protegía del abismo que se abría a mis pies. En el lugar donde las nubes se acababan se creaba un precipicio y tuve que impedir que las lágrimas se agolparan en mis ojos. Era una imagen bellísima con la que había soñado en infinitas ocasiones. Allí abajo se extendía el infinito y más allá, la Tierra, como una gran pelota, flotando en medio de la nada. Se veía tan frágil y amenazante a la vez. Podía distinguir todos los mares, océanos y continentes que había tenido que estudiar hasta que este gran día llegara. A mi alrededor, algunos mensajeros ya bajaban en picado con el cuerpo tenso, estirado en toda su envergadura y las alas retraídas hacia atrás, otros, llegaban ahora con la carga a cuestas y las alas extendidas en su totalidad. El Sol perfilaba sus siluetas, dándoles el toque divino que nos caracteriza.

Intenté serenarme. Relajé los músculos y respiré hondo. Poco a poco fui abriendo las alas, hasta que se quedaron totalmente una a cada lado de mí ser. Separé las piernas. Noté una extraña brisa -algo raro por la altitud a la que nos encontrábamos, pero también sabía que en ese lugar, cualquier cosa podía suceder- meciéndome el pelo, haciendo que las plumas se movieran suavemente en un ritmo silencioso. Cogí impulso y caí.

Sentí mi cuerpo totalmente liviano, como si apenas pesara nada. Sentía el vacío alrededor de mi cuerpo como una burbuja gigante que me impedía descender si no fuera por la fuerza que yo imprimía a cada movimiento. Las alas las llevaba desplegadas hacia atrás, batiéndolas ligeramente. Observé la gigante mole de masa a la que iba aproximándome. Sabía que ésta era la parte fácil, en la que yo era dueño de mis movimientos, lo único que tenía que hacer era coger la suficiente velocidad. Intenté concentrarme en mi objetivo. Primero comencé a distinguir el gran continente americano, después Estados Unidos. Ya lo tenía. Quedaba ya muy poco para colisionar con la atmósfera. Como había leído y releído hasta la saciedad, sabía que tenía que estar concentrado en ese momento. Cualquier otro objeto que entrara en contacto con la atmósfera a la velocidad en la que yo me dirigía, se hubiera desintegrado como si de arena se tratase. Pero, yo, nosotros, éramos diferentes. Éramos seres divinos, creados por y para cuidar de la humanidad que se encontraba ahora mismo a mis pies. Mi piel, mis ropajes, mis alas... estaban preparadas para ello y para todo lo que se tratara con tal de protegerlos. Y ahora entendía mi cometido más que nunca.